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Hoy tengo el honor de contar con una colaboradora muy especial! Cristina Oliva, de «El tiempo de los intentos» nos deleita con un artículo imprescindible sobre las dificultades que encontramos como madres y padres en la delicada relación con los hijos, vamos allá!:

Cada etapa del crecimiento de nuestros hijos y de toda la unidad familiar trae aparejadas unas dificultades comunes que se suman a aquellas que puedan venir de nuestro entorno o de nuestra vivencia particular de la maternidad.

Si bien los inicios suelen ser la época con mayores dudas e inquietudes, como familia siempre tenemos retos por delante. Junto a los momentos de luz y de amor intenso hay otros de agobio, incomprensión y frustración. Es algo natural. Aprendemos a ser padres mientras transitamos el camino.

A veces estas emociones negativas nos afectan profundamente porque se instala en nosotros la sensación de que lo estamos haciendo mal o de que a lo mejor esto de ser padres no es lo nuestro. Esos pensamientos no sólo no nos ayudan, sino que nos hacen sufrir y condicionan nuestros actos.

LA ESPIRAL NEGATIVA

A menudo hablo con madres que se sienten agotadas y frustradas porque las cosas no funcionan como quisieran en casa. Las expectativas que teníamos sobre la maternidad a menudo chocan con la realidad y nos cuesta ver más allá, lo que sucede hoy lo sentimos como algo que no va a cambiar. Empieza el sufrimiento y la espiral en la que nuestro estado de ánimo y nuestro diálogo interior afectarán a nuestra interacción con nuestros niños, provocando en ellos también una reacción que frecuentemente realimentará nuestro malestar. Por eso, vale la pena pararnos a analizar qué puede estar sucediendo.

Eso sí, vamos a hacerlo sin culpabilizarnos. Saber que nuestra actitud como adultos afecta a la dinámica familiar (puesto que somos el refugio y asidero de nuestros hijos) no significa que tengamos que fustigarnos por ello. Somos seres humanos y como tales tenemos limitaciones, nos perdemos y nos reencontramos, nos equivocamos y acertamos, pero siempre podemos aprender y avanzar.

Fuimos criados bajo otros parámetros y nos faltan referentes, así que seamos amorosos, en primer lugar, con nosotros mismos y, desde ahí, observemos nuestra vivencia familiar, busquemos las raíces de las dificultades existentes y también las posibilidades que tenemos para afrontarlas positivamente.

UN CÚMULO DE CIRCUNSTANCIAS

Lo primero que se ve dañado con nuestros hijos es la conexión emocional puesto que el sentir de cada uno nos distancia, afectando a la comunicación y haciéndonos olvidar la importancia de validar al otro. Podemos dividir nuestras dificultades en tres tipos dependiendo de su origen:

1. Relacionadas conmigo misma:

  • La herida primaria: todo aquello que no recibí en mi infancia, que me marcó, que me faltó por parte de mis figuras de apego primario me hace no poder estar todo lo presente que mis hijos necesitarían. Me cuesta simplemente estar con ellos sin mirar el reloj o hacer otras cosas a la vez.
  • La culpa: creo que las dificultades existentes se deben a que no estoy capacitada para ser mejor madre, siento que no tengo recursos para educar a mis hijos y también me siento mal por tener, a veces, ganas de huir y dejarlo todo atrás.
  • Sensación de asfixia: me ahogo al sentir que no tengo nada de tiempo para mí, que me relaciono con pocos adultos y que me siento agotada de atender la constante demanda emocional y física de mis hijos.
  • La monotonía: me aburre mucho hacer las mismas cosas y sentir que cada día es casi igual al anterior. Las horas eternas en el parque, las comidas, el ritual de la noche…
  • El cansancio físico: la falta de sueño y los esfuerzos físicos (cargar el peso de los niños, de sus vehículos…) me provocan mucha irritabilidad, que acaba derivando en tristeza.

 

2. Las relacionadas con los hijos:

  • Las expectativas: aunque pensaba que no, tengo ciertas expectativas de cómo me gustaría que fuesen mis hijos y me está costando aceptar, respetar y valorar su verdadero ser esencial.
  • La represión emocional: me cuesta dejar que expresen su malestar, su enfado, su desacuerdo, sobre todo si implica un estallido emocional. Trato de atajar la situación demasiado rápido y no conecto con su sentir y su visión del mundo.
  • La rigidez: me descoloca que cambien tan rápidamente y a veces no flexibilizo las dinámicas o normas familiares ni busco con ellos alternativas a una situación que no fluye.
  • Los reproches y culpabilización: las obligaciones y rutinas cotidianas no fluyen bien y culpo a los niños de ello, entrando, sin darme cuenta, en una lucha de poder.
  • Los conflictos entre hermanos: me saca de quicio que se peleen y no logro evitarlo. Intervengo, pero acabamos sintiéndonos todos mal.
  • Los viejos patrones: en los momentos complicados o cuando estoy nerviosa saltan en automático los patrones de crianza con los que fui criada y que no quisiera repetir.
  • La comprensión de su etapa vital: no conozco bien las características de la fase del desarrollo en la que se encuentran mis hijos e interpreto sus actitudes de modo genérico.

 

3. Relacionadas con el entorno:

  • El aislamiento: crío a mis hijos con mi pareja (si la tengo), pero sin apenas otra ayuda y con poca relación con mis amistades sin hijos. Me siento sola y con pocas cosas que aportar.
  • La no valoración: los cuidados y amor que prodigo a mis hijos son la base de su crecimiento, pero no son valorados socialmente. Me siento como si no estuviera haciendo nada en mi vida.
  • Los juicios: las opiniones de familiares, amigos, vecinos… me hacen dudar de mí misma y sentirme insegura respecto a las opciones que tomo como madre.
  • El ritmo frenético de la vida actual: combinar todos mis roles con el de madre, llegar a todo lo que tengo que hacer me tiene estresada y con la sensación de no estar haciéndolo bien en ningún área.
  • La carga mental de la casa y la logística: suelo ser yo quien tiene presente y previsto todo lo que está pendiente en el ámbito doméstico, escolar, médico… Mi mente no para nunca y no me permite relajarme.

Creo que la mayoría de nosotras transitamos casi todas estas dificultades en un momento u otro y, según he podido observar, los motivos que más se repiten suelen ser:

-La dificultad para aceptar el cambio de vida y de rol y su cuota actual de soledad e invisibilidad.

-La dificultad para dar tanta presencia como piden los hijos, sintiendo que la demanda de éstos de excesiva.

  • La desconexión emocional resultante del cúmulo de cosas del día a día (trabajo, tareas domésticas, gestiones, actividades extraescolares, etc).
  • La dificultad para entender a los hijos, para ver qué necesitan respecto a su etapa vital y respecto a su sentir individual.

TÚ PUEDES DARLE LA VUELTA

Yo apuesto mucho por una ma(pa)ternidad reflexiva, en la que cada madre indaga en su interior, observa a sus hijos y las dinámicas familiares y encuentra sus propias respuestas (siempre en el marco del respeto a los ritmos evolutivos de los niños y a su ser esencial). Por ello, quiero ofrecerte algunas sugerencias para revertir la situación que estás viviendo y que sólo tú conoces en detalle.

  • Revisa cómo está el vínculo que tienes con cada hijo.
  • Incorpora el hábito de pararte un momento a reflexionar cada día. Puede ser por la noche (sí, aunque se te cierren los ojos en 3, 2, 1…), mientras das el pecho si aún estás lactando, mientras esperas el bus… No tiene que ser una larga reflexión, sino un pequeño paréntesis diario en el que observemos cómo ha ido el día, cómo nos sentimos, qué cosas podríamos hacer mejor, etc. Esto nos permitirá no desconectarnos en medio de las prisas y cuitas diarias, no alejarnos del camino que deseamos. Se trata de analizar con sinceridad mirándonos a nosotros antes que a ellos, pues su comportamiento suele ser un reflejo de que algo no está funcionando.
  • Recuerda que los niños nos modelan, por lo tanto, debes tener claro qué madre/padre quieres ser para ellos. Esa será tu meta y tu objetivo de crecimiento.
  • Escribe. Escribir a mano deja huella en nuestros circuitos neuronales y nos conecta rápidamente con nuestra esencia. Sí, sé que no tienes casi tiempo, pero sólo te llevará unos minutos al día apuntar una frase que te ayude, algo que hayas pensado ese día, unas palabras que te resuenen. Te recomiendo designar un cuaderno sólo para esto.
  • Relacionado con lo anterior, elige una frase-ancla que te sirva para conectar con todos tus propósitos de crecimiento cuando la situación con tus hijos empiece a desbordarte. Por ejemplo, “yo soy la adulta”, “mi hijo me está pidiendo algo”…
  • Sé considerada y respetuosa contigo misma incluso si sientes que no avanzas. Recuerda que a veces no vemos los resultados hasta que pasa un tiempo y podemos ver en perspectiva el camino recorrido. #tusintentoscuentan
  • Para empatizar más con tus niños, recuerda qué necesitabas y qué detestabas cuando eras pequeña, y cómo te hacían sentir las palabras y actitudes de los mayores.
  • Decide qué quieres priorizar, puesto que llegar a todo te está causando estrés y distancia con tus hijos.
  • Juega, juega, juega. Ese es el lenguaje de tus hijos, la mejor manera de reconectar y limar asperezas.
  • Por último, aunque parezca una quimera, haz sitio en tu día para el autocuidado en cualquiera de sus formas. No podemos cuidar a otros de manera óptima si nos sentimos vacías y agotadas. Empieza por algo pequeño, pero que te haga sentir bien.

Ahora, cuéntame, ¿cuál es tu mayor dificultad en la relación con tus hijos? ¿Se te ocurre qué puedes hacer para trascenderla?

 

Autora: Cristina Oliva.

Asesora de crianza consciente, periodista y doula en formación.

Mi compromiso: contribuir a que más niñas y niños crezcan siendo respetados física y emocionalmente. Para ello, acompaño a sus madres y familias en un proceso de transformación que nos ayuda a sanar también nuestras propias heridas infantiles.

Te espero en www.eltiempodelosintentos.com

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