¡Es más fácil de lo que crees! Solo tienes que imaginar que eres un espejo…
Cuando tu hijo esté frente a ti dale por las mañanas los buenos días, pídele perdón cuando te equivoques, demándale las cosas por favor, dile que le quieres, dale las gracias cuando te ayude o haga algo que le pides…
Y entonces ocurre el milagro..
El niño se reflejará en ti y te acabará deseando los buenos días, te pedirá perdón cuando se equivoque, te demandará las cosas por favor, te dirá que te quiere, te dará las gracias cuando le ayudes o te pida algo…
Pero cuidado! Si quieres que tu hijo coma verdura, lea cada día, se lave los dientes, no mienta o te abrace, tu deberás hacerlo primero!
Porque cuando das ejemplo estás plantando una semilla, e igualmente con el ejemplo la vas regando.
No esperes resultados inmediatos, éstos solo se consiguen con los castigos y las amenazas (tu también obedecerías, ¿no?). Con el ejemplo los resultados son a largo plazo pero se integran más, son para toda la vida, son más poderosos y difícilmente destruidos en un futuro.
El niño que aprende en el seno familiar las buenas costumbres, rutinas sanas y una vida llena de amor, abrazos y besos, no puede ser coaccionado de adulto. Los niños son como una taza.
Antes de los 8 años los niños aprenden, interiorizan y llenan su taza con una filosofía, principios y valores, además de lo que van adquiriendo mientras crecen (se hace y se nace), pero si el niño ha sido maltratado, humillado, amenazado, sometido y reprimido antes de los 8 años, si hemos llenado su taza con temor, gritos, nalgadas y reprimendas, difícilmente podremos meter algo más, porque no se puede llenar una taza que ya está llena.
Ese es el “sacrificio”, nuestra disciplina como padres, el trabajo que debemos hacer:
La de procurar a los niños preciosas vivencias, cariño, comprensión y entendimiento.
Porque como siempre digo, los padres estamos para guiar a nuestros hijos en la gran aventura de la vida, no son de nuestra propiedad, vienen a través de nosotros pero no nos pertenecen, no tenemos que moldearlos porque ya se encarga de hacerlo la vida misma.
Mi conclusión es clara:
Si quieres que tu hijo te obedezca, empieza pues, por obedecerte a ti mismo.
Mónica Queralt